Un pintor italiano del siglo XIX, se radicó en Argentina e hizo fortuna. Pero los excéntricos caminos de la vida lo llevaron por sendas tenebrosas. La realidad supera la ficción, y en esta nota te contamos la verdad sobre Jacobo Lorenzo Fiorini y su fatídico desenlace.
Un pintor italiano que cruzó el charco
El pintor italiano Jacobo Lorenzo Fiorini, oriundo de la Emilia Romagna, decidió probar suerte en Argentina. En 1939 se trasladó a Buenos Aires junto al pintor boloñés Alessandro Zucchelli. Adquirió fama prontamente, por su arte del retrato.
Se granjeó la admiración popular y la admiración de la elite porteña. En pleno fervor del partido rosista, el pintor italiano, era un símbolo de prestigio y buen gusto. Pero el corazón tiene sus caprichos, o eso se dice.
Fiorini se obsesionó con una (muy) joven porteña 30 años menor que él. Un escándalo para la época actual, pero moneda corriente en esos años. Con 50 años y ella apenas 15, ambos se avinieron a las intrincadas (y cuestionables) mañas del matrimonio. Fruto del mismo, son sus 5 hijos.
Los oscuros rincones del lienzo
Clorinda no se quería casar con el pintor italiano. Pero, en esas épocas, no era una cuestión de querer. Su familia, accedió en vista a los ingresos y fama del pintor. Al desposarla, Fiorini la llevó a vivir a su chacra, alejada de Buenos Aires.
Un escenario espeluznante. La vivienda dónde habitaba Fiorini, su amada chacra, poseía antecedentes históricos. En 1806, había sido terreno de batalla. En sus predios los porteños enfrentaron y recuperaron la potestad frente a los ingleses que buscaban invadir.
Ya con cuatro hijos nacidos; Catalina, Jacobo, Lorenzo, María de las Mercedes y Servino, la huesuda mano se hace presente. Clorinda actúa como la instigadora, pero el crimen involucra a media docena de personas, sino más. Seres desdichados a los que no le tembló el pulso a la hora de ejecutar la división entre los vivos y los muertos.
Un pintor italiano muerto, una viuda porteña bajo la lupa
Los años, la fama, el sentimiento de superioridad propio de quien es vanagloriado por todos volvieron a Fiorini un esposo nefasto. Era avaro, apático y demandante, por consecuencia Clorinda era infeliz. Pero el tiempo trajo consigo nuevos aires, y un capataz nuevo que atrajo su corazón.
Crispín y Clorinda, se dejaron arrastrar por las pasiones. Fiorini lo notó y quiso hacer valer su lugar de amo de la chacra y del hogar, correspondiéndose con el estereotipo “hombre”. Pero Crispín era un gaucho errante que no les temía a las manos de un pintor italiano.
Bajo la cegadora (y cuestionable) idea del amor que todo lo puede, planearon la cruda muerte de Fiorini. No hubo ni fuego ni acero, solo las manos y fuerza de Crispín y su hermano. Una muerte gauchesca si se quiere. Tras el suceso, Clorinda, y las dos domésticas que trabajaban, sufrían con ella, limpiaron el lugar.
A modo de cierre
En la vida real los buenos y los malos se desdibujan. Crispín, actuó conmovido por su amor, según se puede interpretar… Clorinda, alcanzó la ansiada libertad de su esposo. Pero, aunque los peones y domesticas de la chacra se unieron en una misericordiosa alianza, la verdad no tardó en salir. Fiorini, había sido asesinado brutalmente.
No es menor decir que en la época de Rosas la pena de muerte estaba vigente en el territorio argentino. Clorinda, su amante, un hermano de este y dos peones más fueron acusados del hecho.
Las pinturas de Fiorini inundaban las galerías privadas, los porteños amaban su arte. Los querían muertos, pero lo impensable pasó. Las porteñas se solidarizaron, podríamos decir sororidad con los ojos de la actualidad, e inundaron las calles abogando por la vida de Clorinda, una joven madre, con 5 niños a su cargo. No la liberaron, pero la salvaron de la ejecución…
¡Está buenísima la historia!